Ell titanic se ha convertido en toda una tendencia turística mundial y el lugar de su hundimiento es la “zona 0” de este movimiento.
Visitar los restos del Titanic le provoca daños (y se los ha provocado desde 1985, año en que se descubrió el lugar de su hundimiento), pero también los causará dejarlo allí.
La novia llevaba un traje ignífugo, y el novio también. En julio de 2001, una pareja estadounidense se casó en medio del océano Atlántico, a miles de metros bajo la superficie. Al fondo se veía un monumento internacional tan familiar como la Torre Eiffel, el Taj Mahal o cualquier otro destino perfecto para una foto de boda de postal. David Leibowitz y Kimberley Miller se casaron en la proa del naufragio del Titanic, en un submarino tan pequeño que tuvieron que agacharse para pronunciar sus votos. Sobre el agua, el capitán Ron Warwick ofició la ceremonia a través de un hidrófono desde la sala de operaciones de un barco de investigación ruso.
La pareja había aceptado las nupcias submarinas sólo si podían evitar un circo mediático, pero rápidamente se convirtieron en el rostro de una tendencia preocupante: el naufragio del Titanic como atracción turística emblemática, al alcance de cualquiera que tuviera 36.000 dólares dispuestos a gastárselos en esto. De hecho Leibowitz, ganó un concurso organizado por la empresa de buceo Subsea Explorer, que luego ofreció financiar los costos de su boda y luna de miel.
A medida que aumentaba el oprobio, en particular de aquellos cuyos familiares habían muerto a bordo del barco, un representante de Subsea le dijo a la prensa: “Lo que hay que recordar es que cada vez que una pareja se casa en la iglesia tiene que atravesar un cementerio para llegar al altar”. Así pues, ¿El Titanic no era más que un cementerio común y corriente? El evento centró la atención en un dilema sin una única respuesta: ¿a quién pertenecía el pecio, qué era lo “correcto” que se debía hacer con él y qué sentido tenía un monumento que casi nadie podía visitar?
El descubrimiento de los restos del Titanic
La gente había estado lidiando con estas preguntas durante décadas, mucho antes de que la Institución Oceanográfica Woods Hole descubriera los restos del Titanic en 1985. El más destacado de estos primeros soñadores fue el británico Douglas Woolley, quien comenzó a aparecer en la prensa nacional en la década de 1960 con planes cada vez más alocados para encontrar y luego reflotar el barco. Uno de esos planes lo involucraba bajando en un sumergible de aguas profundas, encontrando el barco y luego levantándolo con un banco de miles de globos de nailon atados a su casco. Los globos se llenarían de aire y luego subirían a la superficie, arrastrando la nave hacia arriba con ellos. Como reflexiona Walter Lord, autor del bestseller sobre la historia del Titanic, The Night Lives On: “No estaba claro cómo se inflarían los globos a 13.000 pies de profundidad”.
A continuación, Woolley convenció a unos inventores húngaros para que se sumaran a su proyecto. La recién creada Titanic Salvage Company utilizaría la electrólisis del agua de mar para generar 85.000 metros cúbicos de hidrógeno. Llenarían bolsas de plástico con él, anunciaron, ¡y listo! Pero este proyecto también fue un fracaso: de hecho, habían previsto tomar una semana para generar el gas; pero un artículo académico de un profesor de química estadounidense sugería que podría llevar cerca de diez años. La empresa naufragó y los húngaros regresaron a casa. (En 1980, Woolley supuestamente adquirió el título del Titanic de las compañías navieras y de seguros; sus intentos más recientes de reclamar la propiedad han resultado infructuosos).
Puede que Woolley no haya sacado al Titanic de las profundidades, pero sí que consiguió despertar el interés por el barco y por si algún día volvería a ver la luz del día. En la década siguiente, unos ocho grupos diferentes anunciaron planes para encontrar y explorar el barco. La mayoría eran literalmente imposibles; algunos eran prácticamente inviables. Una solución de 1979 que implicaba flotadores de vidrio bentónico fue descartada cuando se hizo evidente que costaría la módica suma de $238,214,265 USD, más o menos el equivalente actual del PIB de una pequeña nación caribeña.
A principios de la década de 1980, varias campañas se propusieron encontrar el barco y sus supuestas cajas fuertes llenas de diamantes. Pero como regresaron con las manos vacías, los periódicos se cansaron de estos esfuerzos infructuosos. Cuando la Institución Oceanográfica Woods Hole zarpó en 1985 con el mismo objetivo, apenas generó repercusión mediática. Su triunfo posterior a principios de septiembre fue noticia de primera plana: el New York Times proclamó con cautela: “Se informa que se descubrieron los restos del Titanic a 12.000 pies de profundidad”.
La explotación comercial del naufragio del Titanic
A los pocos días de su descubrimiento, los derechos legales del barco comenzaron a ser objeto de disputa. Los empresarios leyeron los titulares y vieron signos de dólar, y comenzaron a surgir nuevos planes para convertir el Titanic en una atracción. Tony Wakefield, un ingeniero de salvamento de Stamford (Connecticut, Estados Unidos), propuso bombear vaselina en bolsas de poliéster colocadas en el casco del barco. La vaselina se endurecería bajo el agua, dijo, y luego se volvería flotante, elevando el Titanic a la superficie. Esta no era la menos fantástica de las soluciones; otras incluían inyectar miles de pelotas de ping pong en el casco, o usar palancas y poleas para sacar del agua el barco de unas insignificantes 52.000 toneladas. “Otra más sería encerrar el revestimiento en hielo”, escribe Lord. “Entonces, como un cubo común en una bebida, el hielo subiría a la superficie, arrastrando al Titanic con él”.
Robert Ballard, el joven geólogo marino que había liderado la exitosa expedición, se pronunció en contra de estos planes. El naufragio no debería ser explotado comercialmente, dijo, sino que debería ser declarado monumento conmemorativo internacional, sobre todo porque cualquier intento torpe de obtener restos del lugar podría dañar irreparablemente el barco, haciendo imposible un estudio arqueológico posterior. “Para disuadir a los posibles rescatadores”, informó el Times, “se ha negado a divulgar el paradero exacto del barco”.
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